Caminar al ritmo del Espíritu, Comunidades jóvenes entre mociones, desafíos y esperanza

En medio de un mundo agitado, veloz y a menudo fragmentado, reunirnos como comunidades juveniles para discernir juntas se convierte en un gesto profundamente contracultural y evangélico. El encuentro de comunidades de la Casa Ignaciana de la Juventud fue precisamente eso, un alto en el camino para escuchar las mociones del Espíritu que se suscitan en nuestros tiempos, en nuestros cuerpos, en nuestros grupos. 

La experiencia compartida dejó una moción clara, vivimos una tensión constante entre el ritmo frenético del día a día y la invitación a entrar en los ritmos de Dios. La ansiedad por “cumplir”, “hacer”, “rendir”, muchas veces nos impide reconocer que el tiempo también es espacio sagrado. 

Inspirados por el Eclesiastés “Todo tiene su tiempo bajo el cielo”, surge la necesidad de discernir cómo vivir la planificación sin que se convierta en control. En clave ignaciana, esto implica recuperar el valor del presente como lugar de encuentro con Dios y con el otro. No se trata de hacer más, sino de vivir más hondamente. 

Las comunidades se mostraron como espacios donde “Jesús se hace presente” cuando hay escucha real, acogida profunda y vínculos fraternos. Pero también emergió una herida, el acompañamiento espiritual necesita más estructura y compromiso. No se trata de tener muchas conversaciones, sino de cultivar relaciones significativas que ayuden a caminar en la fe, en la vida y en el discernimiento. 

Como planteó el encuentro, formar acompañantes con herramientas concretas y acompañar a los que acompañan es un paso necesario para cuidar los procesos, sostener los vínculos y evitar el desgaste. No queremos más jóvenes sintiéndose “huérfanos espirituales”, sino comunidades donde cada historia sea abrazada con ternura y responsabilidad. 

“Dios se revela en lo sencillo”: una frase que sintetiza la experiencia de espiritualidad encarnada compartida por varias comunidades. En un café, en el silencio, en el servicio anónimo, el Dios ignaciano se muestra cercano, discreto y vivo. La Casa Ignaciana, en esta lógica, es más que una infraestructura, es una forma de estar en el mundo con apertura, hospitalidad y ternura radical. 

A la vez, se expresó el deseo de profundizar el lenguaje espiritual que compartimos. Términos como “indiferencia ignaciana”, “Principio y Fundamento” o “mociones” no deben ser tecnicismos reservados a unos pocos, sino puentes comunes para alimentar nuestro fuego interior y orientar nuestras búsquedas. 

Una tensión creativa fue nombrada con claridad: los horizontes personales no siempre dialogan con los caminos comunitarios. Esta tensión no debe temerse, sino acogerla como espacio fecundo de discernimiento. La clave, como propone San Ignacio, no es anular el deseo personal, sino preguntarse: ¿esto me acerca o me aleja del amor de Dios? 

Discernir juntos poniendo los porqués sobre la mesa nos ayuda a mantener comunidades con horizonte, con sentido y con una brújula compartida. 

Los compromisos y propuestas que nacieron al final del encuentro de comunidades reflejan que el Espíritu sigue actuando en medio nuestro, encuentros mensuales, formación espiritual, retiros, protocolos de acompañamiento, articulación entre comunidades,

integración con personas externas, nuevos parches ignacianos, cenas de emprendimientos, botiquín espiritual… Son signos de que no estamos estancados, sino en movimiento. El desafío será convertir las propuestas en caminos sostenidos. Aquí el llamado ignaciano a “poner todo el empeño como si todo dependiera de nosotros, pero confiando como si todo dependiera de Dios” toma fuerza. 

Queridas comunidades de la Casa Ignaciana de la Juventud, En este encuentro de comunidades hemos tocado las heridas y las luces de nuestro caminar. Hemos reconocido la fragilidad y, a la vez, la fuerza de lo que somos cuando nos reunimos en el nombre de Jesús. 

Este encuentro no fue un cierre, sino una apertura, a un modo más profundo de ser comunidad, de acompañarnos, de orar, de servir. Nada está acabado. Como dice el Evangelio, “nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Incluso lo inacabado, lo confuso y lo que aún no cuaja es espacio para la gracia. 

Sigamos caminando juntos, con los pies bien puestos en la tierra de nuestras realidades y el corazón abierto al Misterio. Sigamos construyendo una Casa donde todas y todos podamos volver, encontrarnos, discernir, crecer… y amar más. 

 

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