Jorge Luis Cervantes Blanco, SJ
En 2017 fui destinado por el provincial de México a Colombia para estudiar teología en la Pontificia Universidad Javeriana, y así, continuar mi formación presbiteral desde el carisma de la Compañía de Jesús. Estando ya en estas tierras, en marzo de 2018, comencé a colaborar en la Red Juvenil Ignaciana, lugar donde he sido testigo de la creatividad y el compromiso que las y los jóvenes tienen para transformar la realidad del país. Antes de compartir mi experiencia, quiero disponer la sensibilidad, para ello, propongo como composición del lugar Ex 3, 1- 12. Moisés estando en la soledad del exilio y trashumando cargaba con su historia de vida marcada por el compromiso y el deseo de defender a su pueblo, pero su fragilidad lo llevó a huir y vivir en el anonimato del desierto. En ese escenario vital, Dios se le reveló en el esplendor del fuego que no lograba consumir un simple matorral, le pidió tres cosas, descalzarse, confiar y ponerse en marcha porque tenía la misión de guiar al pueblo de Israel hacia la liberación de la esclavitud en Egipto y transitar a la tierra prometida. Me identifico profundamente con este relato bíblico porque la historia de mi vocación tiene su origen en la fragilidad de mi barro. Dios me llamó a temprana edad y me propuso descalzarme y ponerme en marcha tras las huellas de su Hijo. En estos doce años de recorrer los caminos de la vida como jesuita, he tenido la gracia de peregrinar al lado del pueblo de Dios desde la realidad juvenil en sus múltiples escenarios: la realidad campesina de México y el pandillismo urbano de Honduras.
Aquí en Colombia no ha sido la excepción, el trabajo que he realizado a lo largo de estos casi tres años en la Red Juvenil Ignaciana han ratificado mi deseo de servir al pueblo de Dios desde el diaconado y el sacerdocio donde el servicio de la fe y la promoción de la justicia son los elementos centrales en mi vocación como jesuita. Durante este tiempo las y los jóvenes de la Red y el Movimiento Juvenil Huellas me han mostrado rasgos de un Jesús joven y entusiasta. La gran enseñanza ha sido aprender a silenciar mis ruidos internos para ser capaz de escuchar los sueños, deseos y clamores del otro que tiene un rostro e historia concretas. En la experiencia Camino Claver 2019, en la vía que va de del Santuario hacia Granada, Antioquia, recuerdo estábamos sentados al borde de la carretera tomando el desayuno cuando, de una sencilla casita al pie de la loma, un señor de avanzada edad y marcado acento paisa nos
gritó: “sigan, bien pueden, esta es su casa, porque los campesinos también somos hijos de Dios”. El viejecito de mirada profunda y sencilla sonrisa nos sentó a su mesa y, mientras desayunábamos, nos platicó su conmovedora historia y su resiliencia ante los golpes feroces que el conflicto armado le habían dado. De ese emotivo cuadro, recuerdo los rostros y las miradas
cargadas de lágrimas que se dirigían fijamente a quien con amor nos abrió las puertas de su casa y su corazón. Ahí comprendí de la mano de las y los jóvenes la importancia de las actitudes que Jesús tenía ante los pecadores, enfermos, pobres, publicanos, prostitutas y viudas. Las y los jóvenes de la Red Juvenil Ignaciana me enseñaron a discernir el actuar del
Espíritu a partir de un gesto simple y sencillo, el cruce de miradas con aquel que está frente a mí; pero esto es posible solo desde la propia fragilidad, desde la capacidad que genera el llanto auténtico por el sufrimiento del otro y por la alegría que hay en el rostro del otro. Si no soy capaz de mirar a los ojos a mis hermanas y hermanos, no podré ir al encuentro de Dios, pues sólo a través de una mirada amorosa como la de los jóvenes, es posible acallar los propios prejuicios para escuchar el clamor del pueblo: “también los campesinos somos hijos de Dios”. Agradezco a la Red Juvenil Ignaciana el espacio que me han brindado durante este tiempo para acompañar sus procesos formativos en las realidades sociales del país, pues he tenido la gracia de conocer a muchos jóvenes que me han enseñado a reinterpretar mi vocación a la luz del servicio y desde mi propia fragilidad, pero, sobre todo, a escuchar de manera atenta a las personas que más lo necesitan.